En un breve diálogo con Clarín, de paso por Buenos Aires y en viaje a la Patagonia, Susanna Tamaro
Lleva dos marcas en la mochila de su vida. Exitosas, si se quiere, pero de todas formas pesadas a la hora de elegir un derrotero: es sobrina nieta de Italo Svevo (La conciencia de Zeno, Senilidad) y escribió Donde el corazón te lleve, una novela epistolar que agotó más de 15 millones de ejemplares en el mundo, desde su publicación en 1994, y se convirtió en una película dirigida por Cristina Comencini, con Virna Lisi y Margaret Compra, en 1996.
En un breve diálogo con Clarín, de paso por Buenos Aires y en viaje a la Patagonia, Tamaro recordó las decisiones que tuvo que tomar para distanciarse de aquel libro entrañable que podía leerse desde varias perspectivas: una abuela le deja a su nieta un legado de cartas donde salda deudas con su pasado y le confía todo sobre su vida.
El éxito de su novela, luego de una década en la que había publicado otros libros con poca repercusión, la llevó a decidir vivir en una casa de campo en la región de Umbría. No tiene editor ni acepta anticipos para sus libros, porque eso le permite escribir solo en invierno, en verano atiende la producción de su granja y fomenta el agroturismo.
En el Instituto Italiano de Cultura, durante su primer viaje a la Argentina, la escritora nacida en la bella Trieste dijo: “Somos la única especie consciente de nuestra muerte. Por eso nos sumergimos en un mundo de preguntas. La escritura nace de la necesidad de encontrar respuestas y sortear el caos de la vida”.
Tamaro escribe artículos críticos para la prensa italiana. Nadie podrá objetar su valentía de sostener puntos de vista opinables, como el que expresó en septiembre del año pasado en el Corriere della Sera, cuando las oleadas migratorias invadieron Europa. En “Los inmigrantes que llegan: las reglas a respetar” criticó tanto el narcisismo fatuo de los jóvenes en Italia, como la “holgazanería de los jóvenes asilados” que matan el tiempo en los parques por falta de ocupación. Y profetizó: “Si un día nacen grandes escritores, saldrán de estos niños en marcha que todo lo han visto y vivido, enfrentándose a la fatiga y la muerte, y no de los refinados egresados de un máster en escritura creativa”.
En 2014 se publicó en Italia su “autobiografía espiritual”, como la llama la autora, Un corazón pensante. Allí, Tamaro recoge preguntas de la infancia y la adolescencia que, según dice, vamos olvidando a medida que nos convertimos en adultos.
–¿Cómo fue el momento en que escribió Donde el corazón te lleve?
–La escribí en un momento de levedad, porque habitualmente mis libros son muy densos. Mi abuela acababa de morir. Tenía con ella una relación muy fuerte. Mi abuela perteneció a esa generación de mujeres que, a principios del siglo XX, había tenido una vida muy tradicional pero ya se asomaban a los movimientos de liberación. Decía que había nacido demasiado pronto y que se había perdido lo mejor de la vida. Mi abuela era muy culta pero tuvo que dedicarse a ser una esposa con hijos. Había sufrido mucho por eso. Entonces, yo quería escribir un libro que expresara a aquella generación de mujeres que no habían podido realizarse en su totalidad.
–La novela tocó el alma de gente de muy distintas culturas. ¿Por qué?
–También es un libro sobre el karma y sobre liberación femenina. Cuando se publicó en turco, una joven a la que su familia obligaba a casarse con un hombre sin amarlo esgrimió su derecho a elegir agitando un ejemplar de Donde el corazón te lleve. Tuvo una repercusión impresionante e impactó en muchas culturas con una tradición familiar fuerte. En América latina, en Medio Oriente, en Asia… Y en esas culturas el vínculo entre generaciones es muy sólido. Muchos lectores me dicen que el libro sostiene lo que ellos hubieran querido expresar y no supieron cómo. Pero en definitiva es un misterio cuando una novela llega a conectar así con los lectores. Mi gran miedo fue quedar esclava de esa novela, porque soy muy independiente y no quería escribir con condicionamientos.
–Su obra también habla de la memoria que construimos, mientras nos cruzamos con distintas personas en la vida.
–El hombre es memoria y el fundamento de la vida es la memoria. Estos tiempos de cambio son inquietantes porque tienden a borrarla. El hombre sin memoria carece de profundidad. Vengo de una familia materna de origen judío, en la que se cruzan el catolicismo, el judaísmo y el cristianismo ortodoxo. Mi padre fue seguidor y traductor de Krishnamurti. Ese sincretismo está en mi patrimonio genético. Después de un largo camino personal regresé al cristianismo. Es, desde la libertad, la expresión más profunda de la vida. Pero soy bastante anticlerical.
–¿Qué obsesiones la impulsan a escribir?
–La primera es no aburrirme. Escribir a toda costa no existe. Si lo siento como una obligación, la escritura no funciona. Me gusta descubrir algo cuando escribo. Y nunca sé como voy a seguir el día siguiente.
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